Jung en sillon

Por el Prof. Dr. ANTONIO LAS HERAS

 

El campo junguiano es mucho más que una psicología y una antropología. Este espacio las incluye; pero abarca más. El campo junguiano es, ante todo, la puesta en práctica – fuera de toda doctrina o ideología – de una Etica para el pleno ejercicio de la vida y una Gnosis entendida como “conocimiento adquirido mediante la experiencia.” De allí que nuestro espacio requiera de lo vivencial; aquello que ha sido atravesado persiguiendo aprovechar las extraordinarias oportunidades que sólo permite una existencia fuera de lo común, ajena a lo normal. Entendiendo por “normal” aquella parte de la campana de Gauss donde se encuentra la mayor cantidad de individuos de una muestra. Normal es reiteración, falta de creatividad, pasividad. Allí donde la curva de Gauss se asintotiza, donde encontramos escasa cantidad de individuos, allí están quienes habitan el campo junguiano.

Ocupar el campo junguiano es entender la obra de Jung enfocándola mediante una forma de vida anormal, atípica y diferente.

Este espacio rechaza de raíz cualquier papel de víctima – permanente o momentáneo – por entender que, suceda lo que fuere a cada persona, la vida siempre merece ser transitada intensamente.

Habituado a actuar, cambiar, dejar fluir, atenerse al wu wei, tener elasticidad y plasticidad ante los acontecimientos previsibles y tanto más en aquellos repentinos e inesperados hallando una oportunidad en cada caída, frustración o rumbo errado que permite descubrir senderos nuevos e inexplorados, el habitante de estos territorios considera términos vacíos a las palabras fatalidad, destino, suerte, casualidad o resignación.

Para entender la obra de C. G. Jung es menester comprender cómo fue su vida y por qué prefirió esa manera de existir a otras que le hubieran sido igualmente posibles y – en especial – realmente cómodas. Por eso este ámbito rechaza la continuidad, los lugares comunes, el conservadurismo y los privilegios del status quo.  Bien expresó Jung, una y otra vez, a todos quienes quisieran oírlo, que no quería que hubiera junguianos. Precisamente porque muy lejos estaba el suizo de querer repetidores o meros conservadores de aquello hasta donde él hubo conseguido llegar.

Alguien puede haber leído hasta el agotamiento los escritos junguianos resultando capaz de repetirlos de memoria. Otros pueden practicar análisis junguiano, interpretar sueños arquetípicos e indagar míticos esquemas surgidos de lo inconsciente colectivo. Mas con esto a ninguno le será suficiente para vivenciar el campo junguiano. Pues la única manera de transitarlo es haciendo propia una forma de vida, una manera específica de pararse en el mundo y situarse frente al mundo. Desafío puro, exploración permanente, búsqueda inacabable de nuevos horizontes, posibilidades distintas, más y mayores desarrollos personales. Siempre se puede más.

La incorporación al campo junguiano requiere – necesariamente – del conocimiento de la teoría y de haber vivido la experiencia del análisis. Pero en modo alguno es suficiente con eso.

Para tornar viable la ocupación del campo junguiano es menester haber atravesado, previamente y de manera satisfactoria, la vía iniciática. La obra escrita de Jung encuentra una inacabada comprensión si quien la lee no obtuvo la Luz que sólo otorga el Sendero de la Iniciación siguiendo los rituales de la Tradición Hermética.

Sólo desde allí podrá entenderse – y por dar algunos ejemplos – la importancia de esa obra fundamental que es Psicología y Alquimia, los motivos por los que aceptó la Astrología y el I Ching como herramientas para el conocimiento del psiquismo y el modelo expuesto para el Principio de Sincronicidad tomado – qué duda cabe – de la rica simbología esotérica y las peculiaridades de la Individuación, meta final del análisis junguiano.

El interés de Jung por lo esotérico, por la Astrología, la Alquimia y la Parapsicología. Las llamadas “mujeres de Jung.” Su presunto antisemitismo y nazismo. Todo eso, y otras tantas cosas, le fueron observadas precisamente por quienes “sintieron” el peligro que representa la proximidad del campo junguiano para quienes se conforman con la quietud, requieren de supuestas seguridades y anhelan aquello que de reiterado resulta abrumador por lo conocido.

Esas críticas, todas superficiales, realizadas al modo en que vivió C. G. Jung y a su personalidad, están sustentadas – aunque los pseudocríticos nunca tuvieran consciencia de ello – en mecanismos defensivos intrapsíquicos. Muestra nítida de que en su profanidad no consiguieron superar los miedos que los convierten en sujeto.

Este comentario no cabe – de más está señalarlo, aunque conviene hacerlo – a Sigmund Freud quien también fue un Iniciado.

La única forma en que el campo junguiano puede concebirse es desde el rol activo – y más todavía: pro activo – que convierte a cada persona en alguien único e irrepetible. Nada más lejano del pasivo adocenamiento tan habitual en el mundo actual.

La obra de Jung es el producto de su actitud frente a la vida. Jung indagando en los fenómenos paranormales, a los 24 años de edad, para escribir su tesis doctoral. Jung recorriendo el mundo, aprendiendo idiomas y dialectos, participando de las ceremonias rituales de cada comunidad: en América y en el corazón del Africa. Jung espía de los aliados. Agente secreto 488. Jung – una verdadera montaña, como lo definiera su amigo el explorador Laurence von der Post – honrando el juramento de absoluto silencio mientras era acusado de antisemita y nazi. ¡Cuánta capacidad espiritual y fortaleza intelectual hay que tener para recibir reiteradas acusaciones falsas, mentirosas!; muy probablemente de gente que nada había hecho para liberar al mundo del yugo hitleriano!

El campo junguiano: un territorio de vida intensa, donde ningún minuto es derrochado ni malgastado. Un territorio de crecimiento permanente y armónico que ocupa lo espiritual, lo intelectual y lo material. Puesta en acto de la vida como desafío inagotable. Por que el sitio de la libertad es incómodo. Requiere esfuerzo, perseverancia, dedicación, un Maestro y el Discípulo que lo encuentra, alegría de vivir, comprender que la vida merece ser vivida aún frente a los acontecimientos menos gratos. Tener la certeza de que lo justo en cada humano es dar algo – por mínimo que sea – para provecho y progreso de la Humanidad.

En su prólogo al I Ching C. G. Jung sostiene que del sosiego y del recogimiento nunca surgió un conocimiento nuevo.

Eludir el engaño con que la consciencia suele tentar ofreciendo supuestas seguridades y certezas; apartarse del sendero conocido por que no es el que a uno le corresponde; enfrentar los secretos ocultos que anidan en el Alma; ésa es la labor del Iniciado: la que permite ingresar al campo junguiano… y recorrerlo.