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Por el Prof. Dr. Vicente Rubino

 

Habíamos expresado en otra parte que el problema del Mal es uno de los más profundos y entrañables de todos los tiempos. Frente a él no podemos apelar a valores supremos o símbolos rectores que protejan al hombre contra la amenaza constante de vivir en un mundo en el que el Mal ha surgido de las profundidades y crece hasta asumir grandes dimensiones, y, en su Señorío, nos coloca a todos sin excepción en una situación trágica, sin salida, desamparados y vulnerables frente a esta situación, cuya problemática ha ocupado a grandes pensadores de todos los tiempos, y que, en este siglo, ha recibido un importante y significativo aporte de Carl Jung con su concepción del arquetipo de la sombra, en el que hace referencia a los oscuros abismos del alma humana, a esa Nigredo, a esas fuerzas primordiales y violentas, que, en la tragedia de Hamlet, se hallan encarnadas por la tonalidad del Mal que impregna a todos los personajes de la tragedia, impregna a toda la leyenda, aunque se intensifica en las instancias finales.

La Sombra es un potencial energético arquetípico que en la representación del mundo primitivo aparece, como en la actualidad, personificada por muchas formas, figuras e imágenes, e integra una parte del individuo, un desdoblamiento de su ser que se halla unido a ál, precisamente, como una Sombra. La sombra es la instancia más abismal de la personalidad, es nuestro alter ego, nuestro “hermano tenebroso”, es “la suma de todas las disposiciones psíquicas personales y colectivas, que no son vividas a causa de su incompatibilidad con la forma de vida elegida conscientemente y se constituyen en una personalidad parcial relativamente autónoma en el inconsciente con tendencias antagónicas”(1).

Es la fuerza inconsciente que contiene más elementos de la naturaleza básica del hombre. Debido a sus profundas raíces en la historia de la Psique humana, es quizás la más poderosa y potencialmente más peligrosa de todas las fuerzas arquetípicas. Es la fuente de todo lo que es peor y mejor en el hombre. Erich Neumann expresa: “La Sombra es el otro lado. Es la expresión de la propia imperfección y terrenalidad, o sea, lo negativo no coincidente con los valores absolutos; es lo corpóreo en contraposición a lo absoluto y eterno de un alma que no pertenece a este mundo. La Sombra representa la unicidad, lo efímero de nuestra naturaleza; es la condicionalidad y el límite; pero por eso mismo constituye también el sistema nuclear de nuestra individualidad”(2). La Sombra es todo aquello rechazado por la consciencia, por lo cual, generalmente, como el caballo negro del carro alado en la Alegoría del Alma de Platón, recibe mayor represión que otros contenidos del inconscientes, con la finalidad, errónea, de que el individuo pueda, mediante su Máscara, convivir conforme y adecuadamente con la comunidad: es un intento de domesticación del lado primitivo de la naturaleza del hombre.

A través de esta forma represiva, puede perderse poder vital generador de creatividad, espontaneidad e intuiciones profundas, que son la vertiente positiva del arquetipo de la Sombra. Así también puede apartarse de la Sabiduría de su naturaleza instintual, sabiduría que por ser muy profunda, no puede ser eclipsada por ninguna erudición.

 Por esta razón, la Sombra no consiste solamente en tendencias moralmente rechazables sino que, como en todo fenómeno natural se hallan dos vertientes opuestas y de signo contrario, que en el caso de la Sombra se manifiestan por tendencias viales y creadoras

percepciones agudas, intuiciones profundas, reacciones instintuales firmes y adecuadas. Por eso expresaba Jung:

“Si las tendencias reprimidas de la Sombra no fuesen más que malas, no habría problema alguno. Pero, de ordinario, la Sombra es tan sólo mezquina, inadecuada y molesta, y no absolutamente mala. Asimismo contiene propiedades pueriles o primitivas que en cierto modo vivificarían y embellecerían la existencia humana”(3).

Una vida sin Sombra tiende a tornarse superficial e indiferente. La Sombra es un arquetipo importante y valioso porque tiene la capacidad de retener y afirmar ideas e imágenes que pueden ser muy significativas para el individuo, como el impulso creador, que es una manifestación de la vertiente positiva de la Sombra. Por ser ésta persistente y tenaz, y no ceder fácilmente a la represión, puede llevar a una persona hacia actividades más plenas y creativas: Fausto era un filósofo erudito, especulativo, libresco y vacío: sólo adquiere realidad y fuerza vital al integrarse con su Sombra arquetipal, o sea, Mefistófeles, esa “fuerza que quiere siempre el mal y el bien siempre produce”, quien se presenta como “el Espíritu soy que siempre niega, y con razón, pues todo lo que existe digno es de destruirse; por lo mismo fuera mejor que aquí nada existiera. De modo que, lo que llamáis vosotros pecado, corrupción, en fin, lo malo, ¡es mi propio elemento!”(4).

Cuando existe una interacción reciproca entre el ego y la Sombra, una armonía, el individuo se siente más vigoroso y vital: si el ego discrimina y canaliza las fuerzas instintuales, la consciencia se expande, y la actividad física y mental se desarrolla y acrecienta. En cambio, si la Sombra, en lugar de ser aceptada e integrada a la consciencia, es rechazada, entonces se proyecta, y vemos en los otros nuestra propia Sombra. Puede creerse en este caso que esos contenidos sombríos reprimidos han sido eliminados, pero, por las leyes de la dinámica de la Psique, la energía se transforma y trabaja sórdidamente en la esfera del Inconsciente, donde permanecerá en estado potencial. Cuando un individuo atraviesa por situaciones cruciales, la Sombra tenderá a ejercer su poder sobre el ego: en este caso, la acción del lado primitivo de la Psique tiende a crear perturbaciones destructivas, tanáticas, hasta invadir al ego y producir una verdadera posesión del individuo. Por tanto, si el ego elige discriminar y armonizarse con las fuerzas naturales de la Sombra, éstas no atacan al ego. El hombre jamás se puede desprender de la Sombra, pero se hace necesario coexistir e integrarla a la consciencia: es la imagen no de un crisol, donde los elementos se fusionan, sino de un mosaico, donde los elementos se integran. Cuentan que los habitantes del pueblo de Gubbio estaban preocupados y asustados por la aparición de un lobo que aterraba a los pobladores. Estos, aprovechando la presencia de Francisco de Asís, quien se hallaba en ese momento en el pueblo, lo llamaron para que les ayudara. Este se dirigió al monte para encontrarse con el animal con el objeto de hablar con él. Luego del diálogo, el hermano lobo le siguió voluntariamente hasta el pueblo, donde recibió albergue y permaneció como un huésped inofensivo. Es el hermano lobo que mora en todos nosotros, y si la consciencia (Francisco de Asís) lo trata bien y se comunica amablemente con él (la Sombra), el lobo feroz se mantendrá manso y amigable.

En caso contrario, las fuerzas sombrías se manifiestan mediante la proyección, y cuando es rígidamente reprimida por la sociedad, la Sombra arquetipal puede proyectarse en los pueblos o naciones, y acontecer las grandes catástrofes sociales y políticas que inundan al género humano en desenfrenados derramamientos de sangre. Cuando los hombres pierden su condición de tales y se transforman en una horda primitiva, se desencadenan los dinamismos del hombre-colectivo, las bestias o demonios que dormitan en todo individuo, hasta convertirlos en partículas indiferenciadas de una masa. En la masa, el hombre inconsciente desciende a un nivel moral e intelectual inferior, a un nivel siempre por debajo del umbral de la consciencia (Abaissement du niveau mental), listo para emerger tan pronto se presente la atracción de la masa.

La Sombra colectiva no asumida se proyectará sobre individuos, capas sociales o grupos étnicos, a quienes se les atribuirán los propios rasgos no integrados de la Sombra, y esos grupos pasarán a constituirse en las víctimas propiciatorias de las clases dominantes de esos pueblos o naciones: así fue la Roma de los Césares, cuya Sombra colectiva se hallaba demasiado cargada de crímenes, excesos y lujurias, y como las clases jerárquicas no poseían la dignidad ética para contener tanto caudal como el del río Tíber, la proyección de la Sombra recayó sobre los primeros cristianos, y sobre los luchadores y gladiadores que debían dar el espectáculo de su sangre, sacrificados como víctimas expiatorias en el circo romano. Así fue el Santo Oficio, la Inquisición, donde los fanáticos dominadores proyectaban su propia Sombra Demoníaca enviando a la hoguera a pobres inocentes, que, por supuesto, para los inquisidores siempre poseían señales inequívocas de la posesión del Deminio, fundados en el Canon indiscutible, el Hexenhammer o Martillo de las Brujas.

 Así fue también, en el siglo pasado, la Peste del Nacional-Socialismo, cuando los alemanes, al no asumir su propia Sombra arquetipal, la proyectaron sobre los judíos y otros grupos étnicos, en nombre de la raza superior aria (Hybris), y así emergió la mayor criminalidad organizada, racionalista y eficientemente precisa que la Historia tenga memoria.

Así como en la leyenda de Parsifal, el elemento sombrío se funda en la magia siniestra que busca subvertir los valores positivos y supremos a través del mago Klingor, y se encuentra ligada a la Brujería medieval, en la tragedia de Othello, el Mal se ha metamorfoseado en el racional mecanicismo materialista que representa Yago, y en la tragedia del príncipe Hamlet, la Sombra arquetipal se ha condensado en la Obra misma, y es el emergente simbólico del poder del Mal en el mundo.

La historia del Mal es la historia del hombre en el mundo. El Mal aparece después de la creación del Cosmos y del hombre, y es introducido por la propia libertad del hombre: Y dijo Yahvéh Dios: ¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! (5). La Demonología es también una Antropología: desde el origen de los tiempos, han surgido las divinidades oscuras y maléficas como proyecciones, en el plano mítico, de la condición humana en lo que ella posee de negativo y sombrío:

Es, por desgracia, innegable que considerado en forma total, el hombre es menos bueno de lo que se figura o desea ser. A todo individuo síguele una sombra, y cuanto menos se halle ésta materializada en su vida consciente, más oscura y densa será(6).

La pregunta sobre la existencia o no del Demonio, surge al desfigurarse el símbolo del Demonio proyectado por el hombre, y se ha degradado en una mera creencia de realidad ontológica e histórica. La indivisible unidad de la persona humana, síntesis del bien y del mal, de luz y tinieblas, se disocia en una dualidad substancial, y las luchas interiores de la Psique, en su proyección mitológica como sueño colectivo de los pueblos, se convierten en luchas entre el cielo y la tierra, entre el Sol y la Luna, en guerras de los mundos y de potencias cósmicas. El espíritu del Mal emerge y se va delineando a lo largo del tiempo como una Sombra, al principio incierta e indefinible, a la que las diferentes culturas y Civilizaciones van imprimiendo sus respectivas características y rasgos distintivos: de esta manera, esta Sombra Primordial se va metamorfoseando y revistiendo de turbidez y amenazas, de imágenes tenebrosas y de tinieblas apocalípticas.

El artista imagina sus apariencias visibles y las fija en el espacio, corporiza los terrores y materializa sus pesadillas nocturnas: el arte confirma y fortalece las creencias dominantes, llevando a la exaltación esas imágenes que evidencian los sentimientos y pensamientos vigentes. El teólogo la acepta de mano de los artistas y de la fantasía de los pueblos, y la consagra ungiéndola con sus especulaciones: el Hombre, preñado de Hybris, cree conocer la naturaleza, el origen y las costumbres de los espíritus tenebrosos, establece sus nombres y jerarquías, relata sus horribles peripecias, y, dogmáticamente dueño de la verdad, ejecuta sentencias contra las herejías.

Luego de siglos y siglos, el hombre ve emerger ante sí la horrorosa figura del Maligno, que él mismo ha proyectado en su evolución, y cuya génesis humana, por ser inconsciente, permanece desconocida: en el Maligno vuelve a encontrar todo lo que no quisiera ser. El hombre ha convertido en una realidad objetiva lo que ha sido, originariamente, una proyección de su propia Sombra arquetípica. El Mal, lo Demoníaco, se ha convertido en un dios que el hombre necesita apaciguar y someter a su propia voluntad: tiene sus cultos, sus rituales, sus sacerdotes: su presencia es obsesionante, y es tarea fatigosa alejar de sus terrores a la Sombra Demoníaca que, en su origen, ha surgido de sus propios sueños.

El espíritu del Mal, esencializado y personificado, se convierte en una entidad metafísica anterior a las luchas internas del hombre, que es realmente quien la ha creado. En nuestra cultura occidental, surgen dos concepciones: por un lado, el Maligno es concebido como un espíritu originariamente bueno, que luego ha pecado, rebelándose contra Dios, lo que provocó su Caída; y por otro lado, es concebido como perversidad absoluta y primordial: en el primer caso es Satanás, en la tradición hebrea; en el segundo es Ahrimán, en el Zend Avesta. En ambas doctrinas, el Mal subsiste en sí mismo, anteriormente al pecado original del primer hombre, y con el Maligno se inicia el proceso del Tiempo, que es laceración, dispersión, destrucción, aún antes de la historia del hombre: en el reino del Bien hay unidad, orden, sosiego y eternidad; en el reino del Mal hay conflicto y desunión, caos y rebeldía, movimiento e inquietud, temporalidad y muerte.

(1) Jung, Carl, Recuerdos, sueños, pensamientos, Seix Barral, Barcelona, 1974. Pág. 419.

(2) Neumann, Erich, Psicología profunda y Nueva ética, Fabril, Bs. As., 1960, Pág. 27.

(3) Jung, Carl, Psicología y Religión, Paidós, Bs. As. 1972, p. 128.

(4) Goethe, Wolfgang, Fausto, Sudamericana, Bs. As. 1970, Pág. 129

(5) Biblia de Jerusalén, Génesis, III, 22, Desclèe de Brouwer, Bilbao, 1975.

(6) Jung, C., Ibidem, Pág. 125.

 

Fragmento del libro Los símbolos ocultos en el misterio de Hamlet,  Editorial Trama – 2009